Voy a tratar de señalar en brevísimas palabras la impresión que me ha causado la lectura de España, vieja patria. Pienso, en primer lugar, que realmente estamos ante una obra que viene a poner las cosas en su lugar en un panorama historiográfico como el que vivimos en el que los separatismos han hecho de la Historia un campo de batalla ideológico para la consecución de sus objetivos. En el frente que han abierto, cualquier mentira, cualquier exageración, cualquier ocultación o manipulación de los datos históricos son perfectamente válidos si con ello consiguen dar argumentos a unas masas nacionalistas proclives a oír todo disparate que les ratifique en sus argumentos antiespañoles. Así, frente a los indocumentados del Institut de la Nova Historia o frente a los redactores de los textos de Historia que se estudian en las ikastolas, Francisco Ortiz esgrime una colosal batería de fuentes que desde los clásicos grecorromanos, pasando por los grandes sabios de la Hispania Visigoda y por las múltiples crónicas de los reinos medievales, termina demostrando lo obvio: la existencia de una comunidad ancestral de probado abolengo que aglutina a los habitantes de la península que se dio en llamar Iberia, Hispania o España, comunidad a la que no fueron en absoluto ajenos los habitantes de Euskal Herría o de Cataluña. Y lo hace con un manejo historiográfico y filológico propio de los más consumados especialistas en las fuentes, traduciendo directamente la “lingua mater” en muchos casos o demostrando su conocimiento de los giros lingüísticos del Euskera. Pero, además, no sólo efectúa una labor de recensión de textos y estudios. En España, patria vieja encontramos también novedosas teorías y puntualizaciones históricas fruto del estudio y conocimiento exhaustivo de las genealogías regias y nobiliarias de los diversos reinos peninsulares. En ese sentido es una obra innovadora y que aporta auténtico conocimiento histórico. Sin duda podrían destacarse muchísimos aspectos más de esta inmensa obra como, a modo de ejemplo, el transcendental papel jugado por la Iglesia en el mantenimiento de la substancia de los hispánico, el rol que en la conformación de lo que nos es propio tiene el toro y los elementos rituales que surgen a su alrededor o la trascendencia de la ininterrumpida sucesión regia. Añadiría además y antes que nadie pueda ser llamado a engaño por sus prejuicios, que esta no es una obra fruta de alguien anclado en un supuesto nacionalismo español antivasco o anticatalán. Nada más lejos de la realidad. “España vieja patria” es una loa a lo que nos une, desde el profundo respeto, conocimiento y amor a los idiomas, costumbres, peculiaridades y culturas de nuestros hermanos vascos, catalanes y demás, tan hispanos (o probablemente más) que cualesquiera otros habitantes de la piel de toro. José Berdugo Romero
Voy a tratar de señalar en brevísimas palabras la impresión que me ha causado la lectura de España, vieja patria. Pienso, en primer lugar, que realmente estamos ante una obra que viene a poner las cosas en su lugar en un panorama historiográfico como el que vivimos en el que los separatismos han hecho de la Historia un campo de batalla ideológico para la consecución de sus objetivos. En el frente que han abierto, cualquier mentira, cualquier exageración, cualquier ocultación o manipulación de los datos históricos son perfectamente válidos si con ello consiguen dar argumentos a unas masas nacionalistas proclives a oír todo disparate que les ratifique en sus argumentos antiespañoles. Así, frente a los indocumentados del Institut de la Nova Historia o frente a los redactores de los textos de Historia que se estudian en las ikastolas, Francisco Ortiz esgrime una colosal batería de fuentes que desde los clásicos grecorromanos, pasando por los grandes sabios de la Hispania Visigoda y por las múltiples crónicas de los reinos medievales, termina demostrando lo obvio: la existencia de una comunidad ancestral de probado abolengo que aglutina a los habitantes de la península que se dio en llamar Iberia, Hispania o España, comunidad a la que no fueron en absoluto ajenos los habitantes de Euskal Herría o de Cataluña. Y lo hace con un manejo historiográfico y filológico propio de los más consumados especialistas en las fuentes, traduciendo directamente la “lingua mater” en muchos casos o demostrando su conocimiento de los giros lingüísticos del Euskera.
ResponderEliminarPero, además, no sólo efectúa una labor de recensión de textos y estudios. En España, patria vieja encontramos también novedosas teorías y puntualizaciones históricas fruto del estudio y conocimiento exhaustivo de las genealogías regias y nobiliarias de los diversos reinos peninsulares. En ese sentido es una obra innovadora y que aporta auténtico conocimiento histórico.
Sin duda podrían destacarse muchísimos aspectos más de esta inmensa obra como, a modo de ejemplo, el transcendental papel jugado por la Iglesia en el mantenimiento de la substancia de los hispánico, el rol que en la conformación de lo que nos es propio tiene el toro y los elementos rituales que surgen a su alrededor o la trascendencia de la ininterrumpida sucesión regia. Añadiría además y antes que nadie pueda ser llamado a engaño por sus prejuicios, que esta no es una obra fruta de alguien anclado en un supuesto nacionalismo español antivasco o anticatalán. Nada más lejos de la realidad. “España vieja patria” es una loa a lo que nos une, desde el profundo respeto, conocimiento y amor a los idiomas, costumbres, peculiaridades y culturas de nuestros hermanos vascos, catalanes y demás, tan hispanos (o probablemente más) que cualesquiera otros habitantes de la piel de toro.
José Berdugo Romero